De
haber sabido que aquél sería nuestro último abrazo, creo que nunca hubiera
despegado mis brazos de los tuyos… te soñé joven, sin apenas arrugas en tu
rostro. Quizás sobrepasarías los 60 años. Tu cabello, oscuro. O al menos, así
pensaba yo aún que era. Te soñé alta, esbelta. Alegre. FELIZ. Sí, así puedo
resumir el recuerdo de nuestro último abrazo. Estabas realmente feliz y
contenta. En aquel momento no era consciente de la última vez que habías
reflejado tanta plenitud y dicha. La imagen tuya que encarnó aquella noche mi
sueño, era la misma imagen que tenía de ti cuando era una niña. Tan matriarcal
como siempre. Y en aquella ocasión, irradiabas la misma luz de entonces… una
luz que, poco a poco, los años y la carencia de salud, se habían encargado de
ir atenuando…
Pero no… tu luz aquella mañana
era distinta. No puedo explicarlo con palabras… es complicado describir las
sensaciones. ¡Estabas radiante! Y no pude menos que sentirme feliz por ti.
Me dijiste que te marchabas de
viaje. “Un viaje largo”, añadiste. Y yo, inocente, te deseé “que lo pasaras muy
bien”, “que tuvieras mucho cuidado”, y sobre todo, “que disfrutaras”. Es
curioso, en mi sueño intuí que te reunirías con Llelle en algún punto de tu
itinerario, y que, una vez juntos, seguiríais viajando a no sé dónde… En mi
sueño, Llelle no estaba. Desconocía su paradero. Pero no estaba.
Y entonces, llegó tu abrazo.
Querido, sincero, puro… Al abrazar tu cuerpo, sentí tu espalda huesuda, tan
característica, y tus brazos delgaditos, y tan acogedores… Y me distes muchos
besos, tantos como los que yo te di. Sentí tu cuerpo caliente, lleno de vida,
pleno…
El sonido del teléfono me hizo
repentinamente abrir los ojos. 6:10h de la mañana.
- - ¡Miriam…!
- - Aurora… Ya se ha ido Llella…
Se cumple hoy un año de tu partida y te echo tanto de menos,
Llella… Te sigo recordando, te sigo queriendo… y te sigo sintiendo.
Descansa en paz.