Cuando ya no te salga ni la voz, háblame en silencio.
Cuando tus piernas no puedan soportar tu peso ligero, te llevaré en mis brazos.
Cuando tus pupilas se cansen de enfocar a tu familia, cierra los ojos y acude al rincón de tu memoria.
Cuando no tengas fuerzas siquiera para comer, que el aire que respiras sea tu más preciado alimento.
Puede que te pida lo indecible, mi Llella. Todo porque te quedes, aún, a nuestro lado...
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